Desde la esquina de la calle de L’Espasa con José Iturbi, en pleno corazón de la Xerea, se avista un trozo del antiguo seminario de San Pío V, actual sede del Museu de Belles Arts. Pues en ese chaflán, casi pegado al Palau del Temple, existe la mayor demostración de ese potingue autodenominado ‘arte’ urbano, que algunos teóricos de la gaseosa insisten en equipar con algunos de los cuadros que cuelgan en las longevas paredes de nuestra mejor pinacoteca, a la otra parte del río. Dudo que los Goya, Velázquez, Ribalta, Joan de Joanes, Espinosa, Vicente López o Sorolla embrutecieran monumentos para demostrar su creación rompedora.

Las vanguardias, siempre necesarias, buscan renovar la estética de su tiempo con nuevas formas, técnicas y conceptos. Los que confunden la gimnasia con la magnesia y la investigación con las redes, siguen dando la tabarra con que esos garabatos o caricaturas deben pasar a los anales de la historia. Solo hay que pasearse por el callejón de L’Espada, justo detrás del actual Consulado de Colombia y saliente a la castrense plaza Tetuán, para desmentirlo. Supongo que la clandestinidad de esa travesía permite a los grafiteros hacer de las suyas incluso a la luz del día, pero si alguno tuviera proyección artística buscaría más visibilidad. Como J. Warx, un ingeniero químico de 25 años que se ha hecho famosillo por su murales virales del rey emérito y de Fernando Simón en Benimaclet. Unas parodias más corrosivas que esas repetidas letras psicodélicas y fosforescentes que llenan la ciudad y que son mensajes encriptados para marcar terreno entre bandas de ‘skaters’, esa tribu de monopatines, patinetes y minibicicletas sin frenos.

Los también llamados ‘skatos’ son un fenómeno global con más de 15 millones de seguidores que mueven un negocio de más de 6.000 millones de dólares, según algunos estudios, por su uniformidad en la ropa (gorra, pañuelos, camisetas, pantalones y zapatillas caras de marca), sus tuneados dispositivos de movilidad, su afición por los spray, así como por su fidelidad a las bandas de ‘hardcore punk’. Una subcultura urbana muy asentada y aficionada a los tatuajes, piercings, hachís y marihuana.

¡Cuánto mal ha hecho Bansky!

A los ‘skatos’ indígenas se les puede ver en las rampas del viejo cauce y en los parques públicos con escalones, desniveles y barandillas. Las quedadas para ‘gratifear’ paredes son al atardecer y la creatividad es una excepción ya que en muchos casos usan plantillas de cartón copiadas de la red. Muy pocos de ellos saben quien es Bansky, el seudónimo del artista callejero más popular, un personaje que empezó pintando ratas en su Bristol natal como supuestas críticas al sistema y que se niega a dar la cara, muy propio de los saraos de la era digital que al final son simples montajes. Ahora el grafitero dispone de representante, ha engañado a unos cuantos galeristas y es uno de los artistas contemporáneos más cotizados. Puro marketing. Algunos críticos de arte han hecho dejación de funciones, igual que muchos ayuntamientos, como el nuestro, uno de los más permisivos con las gamberradas. ¿Declararán la Xerea zona de arte urbano saturada (Zaus)?