Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Historias de animales

Historias de animales

En un simpático libro de historias sobre animales, el escritor italiano Andrea Camilleri, comunista por más señas, aunque no acusado de anti-italiano por sus compatriotas, recuerda una ocasión en que salió de caza con su padre. Subían una colina en busca de mirlos cuando una liebre se puso a tiro. El padre de Andrea cerró la escopeta, apuntó y apretó el gatillo: el animal dio una voltereta en el aire. Que la liebre hiciese esa cabriola era la inequívoca señal, como sabían los cazadores de la región, de que había sido abatida con éxito. Andrea fue a recoger la liebre y la encontró efectivamente inmóvil. Era un animal grande y viejo. Pero cuando la cogió por las patas, la liebre abrió los ojos, se escurrió, echó a correr campo a través y se perdió de vista. Las liebres del terreno habían aprendido a fingir su propia muerte para confundir a los cazadores y administrar mejor sus energías, lo que sin duda constituía un asombroso caso de adaptación biológica que Andrea Camilleri no olvidó nunca. De hecho, la historia de la liebre es la que da título al libro: La liebre que se burló de nosotros.

Esa anécdota literaria permite una traslación no muy forzada a la política española cuyo peculiar carácter narrativo ha hecho de ella, como decía Baroja de la novela, un saco en el que cabe todo: reyes huidos que trajeron la democracia y, por lo visto, se la llevaron porque queda mucho mundo por democratizar, patrióticos jornaleros de las cloacas estatales, expresidentes que aún creen estar en el cargo, jueces extraños, fascistas garantes de la Constitución, y siempre el penúltimo caso de corrupción reivindicado con orgullo. Por supuesto, en esta historia de animales Pedro Sánchez es la liebre que aprendió a dosificar sus energías y a burlar a los cazadores, también fácilmente identificables: son los que ahora miran el horizonte con la perplejidad de quienes creían que la liebre era una presa fácil y siguen disparando por simple formulismo, retrasando el momento de aceptar el fracaso. Da la impresión de que, si pudieran, llevarían al destino, últimamente tan favorable a las liebres, a los tribunales, como aquella vez que los bolcheviques juzgaron y condenaron a Dios.

Aunque para la furia española recordar la asombrosa trayectoria política de Sánchez sea abominable, lo cierto es que, como ya hemos dicho alguna vez, la historia del líder socialista es la del héroe clásico que supera toda clase de peligros y, si no siempre logra sus deseos, como la liebre de la historia de Camilleri, siempre salva la piel. Esto no había ocurrido nunca en la política española: un político casi desconocido que, desde la calle, se impone a la nomenclatura de su partido, a los poderes fácticos (entre ellos el poderoso lobby mediático) y superando toda clase de obstáculos e intrigas consigue instalarse en palacio de la Moncloa, no entraba en los cálculos de quienes creen que tanto arrojo y tanta democracia es un mal precedente porque les deja sin margen de influencia, sin cartuchos.

En esta vieja tierra de conejos, la incesante batida contra Sánchez ha desplegado tantas intrigas, tantos esfuerzos y tantos recursos que, lo mismo que uno se hace ecologista a fuerza de ver desastres, dan ganas de hacerse progubernamental por simple instinto democrático, es decir, por instinto conservador. ¿Hay otra forma, hoy, de defender el medio ambiente de la democracia española que ponerse de parte de las liebres en un país de animales mucho menos simpáticos que los del libro de Andrea Camilleri?

Compartir el artículo

stats