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Aquellos, los de entonces, siguen siendo los mismos

Aquellos, los de entonces, siguen siendo los mismos

Los libros de Mariano Sánchez Soler siempre son como picotazos de alacrán en un paisaje falsamente tranquilizador. Desde sus comienzos en la revista Tiempo, donde empezó a currarse eso hoy tan extraño que es el periodismo de investigación, no ha parado de escarbar en las tripas de un pasado absolutamente falto de nobleza. Lo conocí cuando publicó, en 1993, su libro Los hijos del 20-N. Poco se hablaba entonces de esos asuntos tenebrosos sobre los que la transición había corrido un tupido velo difícil de aclarar. Lo presentamos él y yo en la extinta -como muchas otras- librería Crisol de la ciudad de València. La mayoría del público eran falangistas en sus diversas versiones. La cosa fue tranquila, sin aspavientos por ninguna de las partes. Lo pasamos bien. El principal, enfrentamiento fue entre las distintas versiones del falangismo. Luego llegarían muchos más libros de un autor que también escribe novelas, poesía y sigue en sus trece de no dejar en paz la memoria de los tiempos oscuros del franquismo.

Ahora acaba de publicar Los ricos de Franco, una fusión de dos que ya habían visto la luz hace tiempo: Ricos por la Patria (2001) y Los banqueros de Franco (2007). Nunca se pierde la relación con otros de sus títulos más emblemáticos: Las sotanas del PP (2002), Los Franco S.A. (2003) o su riguroso y crítico ensayo La transición sangrienta (2010). En todos ellos incide Sánchez Soler en algo que se ha convertido en su imagen de marca: sacar a la palestra un pasado de ignominiosa dictadura que ha encontrado su normalización en la democracia. Un pasado protagonizado por un «régimen político poblado por empresarios de fortuna, falangistas de clase media, funcionarios oportunistas, latifundistas de gatillo fácil, nobles industriosos, altos cargos a la búsqueda de multinacionales, ministros cinegéticos, procuradores en el sentido más literal de la palabra… Familias unidas a la llamada del dinero, para enriquecerse a partir de 1959 con la llegada del Desarrollo. Capitalismo salvaje, bancos, altas finanzas…». La Patria siempre fue para esa tropa como el pájaro en mano y los ciento volando también en la cazuela. La política y la economía siempre fueron juntas para asegurar las cuentas corrientes de los gerifaltes de la dictadura: «Con su peculiar manera de entender la política, Franco siempre tuvo claro que el bolsillo y la patria iban indefectiblemente unidos; que mientras los asuntos de cartera marcharan bien, sus seguidores no conspirarían contra su poder personal, cuyo ejercicio vitalicio era, a fin de cuentas, su único objetivo».

Muchos de esos nombres, de la política y la economía, se convirtieron en demócratas como por arte de birlibirloque. Cierto que los más sonados de esa conversión son los de Fraga Iribarne y Martín Villa, pero en este libro, de imprescindible lectura, salen muchos más, desde los primeros instantes tras la muerte de Franco hasta ahora mismo. Desmenuza Sánchez Soler los entresijos del franquismo, sus luchas internas por el poder, las diferentes trayectorias empresariales que son también las de algunos contrastes llamativos: la supervivencia multimillonaria de los March mande quien mande y, en el otro extremo, esa aventura de «saga cinematográfica tan al gusto de Hollywood» representada por el empresario del automóvil Eduardo Barreiros, que acabó sus días en la Cuba de Fidel Castro porque aquí no tenía ninguna puerta abierta después de sus sucesivas ruinas empresariales. A lo largo de las páginas de Los ricos de Franco desfilan distinguidas familias económicas y políticas que juntarán sus intereses y asegurarán los destinos de sus herederos. Nombres y apellidos de esas familias siguen ocupando hoy un amplio espacio en las listas de más ricos de España, como si el tiempo de la dictadura y el de la democracia fueran lo mismo y ellos fueran, a pesar de lo que dice Neruda en un poema, los mismos de entonces.

Leer lo que cuenta Mariano Sánchez Soler en este libro provoca una mezcla de satisfacción y de cabreo. Lo primero, porque descubres con todo detalle lo que a ratos podemos intuir sobre la corrupción de un poder que viene de la dictadura franquista y se asienta tranquilamente en la democracia. El cabreo, porque esta democracia sigue siendo un tiempo en que mucho de lo peor de entonces sigue campando a sus anchas, en las manos y en las voces de quienes heredaron sus más que sospechosamente oscuros privilegios: «Aquel 20 de noviembre de 1975, las antiguas familias del Régimen ya habían decidido repartirse el pastel político». Ese reparto, que alcanzará igualmente al del poder económico, se afirma, con una precisión de entomólogo, en ese apartado final que titula el autor Galería de personajes. Cien nombres propios de la oligarquía político-empresarial franquista. ¡Menuda lista! Y para acabar este recorrido por las páginas de este libro que habríamos de leer para, al menos, sacarnos de encima tanto fantasma suelto, aquí dejo este párrafo: «Las grandes fortunas amasadas durante el franquismo han mantenido su impronta durante la democracia y continúan, después de dos generaciones, entre las familias más ricas de España. El pasado es testarudo. Más de cuatro décadas después, las más rutilantes familias que frecuentaban el palacio de El Pardo siguen ocupando un lugar destacado en el mundo financiero español». Pues eso.

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