Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Mi amigo Paco Brines

El editor de Pre-Textos, clave en la difusión de la poesía contemporánea, escribe un apunte íntimo de su relación literaria y personal con el poeta de Oliva, Premio Cervantes.

Paco Brines

Francisco Brines ha encarnado mejor que nadie esa máxima de Yeats que dice, más o menos, que la amistad es mi única casa, o no poseo otra casa que la amistad. Él no ha hecho sólo de la poesía su casa, sino de su casa de Elca, en la última etapa de su vida, la casa para la poesía y la amistad, habiendo sido ese además el lugar del paraíso de su infancia. Me ha contado que allí descubrió la sensualidad y, siguiendo su hilo, inició su inapelable adhesión a la vida. Para el poeta, el deseo y la alegría han sido hermanos. Paco me enseñó que cuando en nuestra búsqueda de la vida encontramos el modo correcto de vivir, podemos contribuir a crear una sociedad mucho más equilibrada y, en consecuencia, mejor.

¿Hay en todo poeta una parte del niño que fue?, le pregunté a Paco un día. A lo que me contestó sin vacilar que sí. De ahí, me dije, que los poetas sean tan vulnerables al someter a la intemperie de los otros algo que es producto de su más estricta intimidad, el poema. La pregunta me nació debido a mi contacto constante con poetas a lo largo de mi experiencia editorial, durante la cual siempre me he interrogado acerca del hecho de que todos ellos sientan, cada vez que salen a la palestra, el mismo miedo que un portero ante un penalti. No hay poeta, por veterano que sea, que no experimente cierta zozobra cuando da uno de sus libros a la luz pública.

Brines siempre ha estado a favor de la vida, y no ha habido nada que se le pusiera al alcance que no le interesase. Su capacidad de disfrute no ha tenido límites. Le he visto celebrar desde las cosas más nimias hasta las más trascendentales. Es un «disfrutón», un «gocetas», como me gusta llamar a mis amigos epicúreos. Ha amado y ama la vida como pocos; ahí lo tenéis presentándole cara con una sonrisa y con una copa en la mano, celebrando su reciente Premio Cervantes.

Sin embargo, a nada le ha dado tanta importancia como al cultivo de la amistad. Ha conseguido que todos sus amigos nos sintiésemos parte de su familia. Nos ha constituido como su círculo mágico, círculo al que ha prodigado toda su atención y sobre el que ha proyectado, sin ambages, su generosidad. Nadie de nosotros ha podido sustraerse a su bonhomía y humanidad. Muchos de nosotros hemos reconocido en él no sólo a un amigo, sino a un maestro, a un maestro de la vida.

Aunque uno siempre duda de sus propias virtudes, uno también sabe que no hay actos virtuosos posibles si los individuos que los ejecutan contravienen su propia naturaleza. Es decir, uno no actúa según su virtud, sino por obediencia a su naturaleza. Si acaso quien firma estas líneas alberga un lado virtuoso, sin duda es esa parte de uno que fue moldeada, en mi caso, por mis padres, maestros y amigos. Y entre estos últimos, ocupa un lugar sustantivo Francisco Brines. Los amigos son aquellos que velan por nosotros protegiéndonos de nosotros mismos.

Hemos compartido muchas horas juntos. En tertulias con amigos comunes, en viajes y en soledad. Paco es de esas personas de las que siempre se aprende algo y con quien uno nunca se aburre. Nos hemos reído mucho juntos, pero jamás a costa de nadie. Él siempre ha estado a favor de las cosas, su humor nunca ha sido simplemente vana ironía. Siempre me gustó su media sonrisa picarona cuando hemos hablado de cuestiones de entrepierna y otros misterios de la realidad.

Por qué amamos, nos solemos preguntar, si nada perdura. Amamos para los instantes, del mismo modo que amamos para poder ir forjando la eternidad. Paco ha escrito, siguiendo la máxima juanramoniana, siempre para los lectores, nunca para el público. Otra de las cosas que me ha enseñado en estos años de amistad preciosos es que la poesía sin duda contribuye a hacer mejores ciudadanos y que para eso sólo se requiere de ellos atención, un poco de silencio y soledad. Tampoco es demasiado. Creo que un país que no lee a sus poetas es un país enfermo, y aún más si, como el nuestro, es indiscutiblemente un país de buenos poetas. Paco eligió la soledad en esta etapa final de su vida porque nunca se sintió solo, ni siquiera cuando se quedó a solas consigo mismo.

Compartir el artículo

stats