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Volviendo al pasado

Hay que asumir que la realidad que alberga nuestra memoria puede no ser la realidad que ocurrió en su momento

Volviendo al pasado

Es difícil mirar al pasado íntimo sin caer en la nostalgia. Pero si el recuerdo es doloroso, la dulcificación de la nostalgia solo logra efectos contrarios: la memoria se retuerce y se convierte en un búnker inexpugnable. Volver a esa fortaleza de los recuerdos olvidados es, muchas veces, un ejercicio imposible y nuestras propias defensas nos rechazan, convirtiendo el dolor en una barrera que hace que aquello defendido se contamine de una interpretación que el paso del tiempo deforma hasta sustituir al original. Ya no recordamos lo que escondimos, sino lo que pensamos que habíamos encerrado bajo siete llaves.

Volver a ese pasado e intentar abrir los cerrojos es una labor que requiere valentía, tiempo y paciencia, pero sobre todo asumir que la realidad que alberga nuestra memoria puede no ser la realidad que ocurrió en su momento.

El almanaque de mi padre, de Jiro Taniguchi (Planeta Cómic, traducción de Daruma) se adentra en ese complejo trayecto a través de la figura de Youchi que, tras la muerte de su padre, comienza una larga búsqueda para recomponer una imagen que le resulta ajena y desdibujada con el paso del tiempo. Bucear en los recuerdos es para Taniguchi una labor pausada, que debe detenerse en los pequeños detalles inadvertidos. Una fotografía o un comentario son solo el envoltorio de una reminiscencia del pasado, la puerta a un momento vivido que se ha perdido en el tiempo. Hay que tirar delicadamente del hilo, sin que se rompa ni se vea corrompido por la memoria reconstruida por la nostalgia o el prejuicio, tejiendo esa figura paterna que resulta ser una imagen desconocida que se va enfocando poco a poco. El estilo de Taniguchi, siempre cuidadoso y elegante en el trazo, es perfecto para tomar conciencia de esos ínfimos fragmentos que toman importancia fundamental. Su ritmo narrativo, pausado y reflexivo, acompaña al lector con delicadeza para entrar en una introspección familiar que, pese a las diferencias de tiempo, cultura y distancia, resultan extrañamente próximas. Una combinación que deja al lector desprevenido ante la propia implicación en esta obra maestra: el padre de Youchi es también nuestro padre, nuestra madre. Ese familiar que odiábamos o que amábamos, y que resulta ser, sobre todo un ser humano con sus imperfecciones, con sus bondades y, también, sus maldades. Un relato único sobre el paso del tiempo, sobre cómo lo recordamos, sobre cómo en ocasiones lo pervertimos para poder seguir sin remordimientos al mirar atrás.

Pero esa investigación del pasado puede llevarnos a campos de afiladas espinas. En Heimat (Salamandra Graphic, traducción de Esther Cruz), Nora Krug se asoma a un abismo personal: la implicación de su familia en la Alemania nazi. Como alemana, Krug no puede desprenderse de un pasado que imposible de borrar, que empapa cada rincón de su ciudad de forma imborrable. El tiempo ha tejido una cortina que oculta el dolor y permite la supervivencia ante el horror de unas responsabilidades que el tiempo no ha mitigado. Descorrer esa cortina tiene un problema añadido para la autora: en ese espacio de oscuridad puede encontrar recuerdos del pasado de su familia que rompan por completo la imagen que tenía de ellos. Con honestidad y valentía, Krug comienza a indagar la vinculación de su familia y de su entorno con el nazismo, descubriendo realidades que le hacen cuestionarse los límites del vínculo de sangre, la propia pertenencia a una comunidad, hasta dónde llega la sombra de un holocausto que puede romper cualquier relación con lo que conocía. No es una tarea fácil: Krug debe reconstruir un complejo rompecabezas a partir de fragmentos perdidos, que traslada al papel en forma de historieta y relato ilustrado, aprovechando al máximo el lenguaje gráfico para llegar a un descubrimiento que redefine lo que llamamos familia y hogar y que establece hasta dónde puede llegar el perdón sin olvido.

Dos obras indispensables.

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