Todo el que escriba sobre asuntos políticos debe seguir una regla de oro, si quiere mantener la decencia: no alabar a quien ostenta el poder. Esta divisa se aplica más a este país, en el que los poderes públicos, por lo general, son un poco marrulleros. Alabar aquí es exponerse a tener que tragarse las alabanzas. Lo hemos visto en el asunto del IVA de las mascarillas, en la cuestión de la exigencia por parte de Transparencia de entregar los nombres del comité científico de la pandemia, o en la inauguración del Hospital Isabel Zendal. 

Sin embargo, el que escribe sobre los asuntos públicos tiene que evitar también otra cosa como la peste: dedicarse a ser el censor de las marrullerías de quien ejerce el poder. En España son tantas y tan continuas, que un escritor así se convertiría en un pesado moralista. Y la gente hispana solo desprecia algo más todavía que al tramposo, y es al puritano que atormenta con los males del mundo.

Entre alabar y censurar, quien escribe sobre los asuntos políticos debe encontrar el camino para empujar la realidad hacia lo mejor, haciendo un poco la vista gorda en atención a una finalidad superior y positiva. Es así como debemos mirar la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. Como proceso ha sido lamentable, pero es preferible tener nuevos presupuestos, y es preferible que lo haya hecho este Gobierno a que los hubiera hecho un gobierno inspirado en la mentalidad de Isabel Díaz Ayuso. 

Que iba a haber presupuestos parecía evidente. Nadie que pudiera poner la mano en distribuir los 140.000 millones que vendrán de Bruselas dejaría pasar la ocasión. Que Pablo Casado tenga que cargar con fuerza contra el Gobierno, exagerando la posición crítica, tiene que ver con el hecho de que sabe que ahora el PSOE, el PNV, UP y ERC tienen en su manos una intervención de calado en la estructura económica española. No será un momento económico constituyente, desde luego, pero se van a tomar decisiones de importancia estratégica. Eso será duro de tragar, pero no se podrá evitar. Y eso no es lo más importante. Los presupuestos permiten que una pluralidad de fuerzas políticas locales encuentre el camino de un acuerdo central, lo que necesariamente reforzará la tendencia a enviar al Parlamento a fuerzas minoritarias, pero decisivas. Si Teruel Existe acerca a su provincia 5 millones de euros, no veo el motivo por el que no insista en este camino. Así que lo importante es que los presupuestos consolidan una estructura de representación política más plural.

Ya que hemos quedado en no alabar a ningún poder, parece lógico que cuanto más fragmentado esté, menores serán los males. Es como si todo el proceso estuviera presidido por una astucia de la razón. Ellos buscan una cosa, el poder, pero la realidad los lleva a otra quizá mejor, un poder más fragmentado. Eso hoy en España es bueno. Los presupuestos permiten sospechar que la actual constelación de fuerzas políticas va a ser estable porque una mayoría gubernamental alternativa a esta será relativamente difícil de encontrar. 

En este sentido, la mayor preocupación es qué van a argumentar los partidos independentistas para implicarse en una gobernación estatal que podría tener cierto futuro. Por supuesto, las dos fuerzas independentistas han hecho lo que siempre han hecho las fuerzas políticas españolas desde don Pelayo: unirse ante el reparto de un botín seguro. Pero tienen todavía que justificar ante sus bases que ese pacto es un asunto excepcional, limitado y en el fondo insincero. Esto se debe a que las bases, que no manejarán el dinero, tienen como sentimiento todavía más fuerte la fijación a un imaginario de aborrecimiento a España, algo que es específicamente español. A todas luces resulta evidente que la España de la mayoría presupuestaria no puede inspirar miedo alguno a la libertad de una minoría nacional razonable.

Pero así es esto. Son razonables para repartir dinero, pero no para manejar sentimientos. Así que ambas fuerzas (ERC y Bildu) han salido al unísono diciendo que al aprobar estos presupuestos se acercan más a la República Catalana y a la destrucción del Estado. No lo hacen por las ventajas económicas que alcancen, sino porque aceleran la descomposición del Estado. Sin esa paga emocional, no funciona su política. Por supuesto, esto se lo comulgarán sus fieles, porque tienen una larga trayectoria de autoengañarse. Una vez más no les hará daño. Pero es una verdad tan simple como una sardana que aprobar estos presupuestos ni debilita en absoluto al Estado español, ni acerca a la República Catalana ni a nada que se le parezca. 

Si alguien se toma en serio la idea de que pactar con Esquerra o con Bildu romperá al PSOE, porque Lambán, García-Page u otros protesten, debe quitarse esa idea de la cabeza. Esos territorios pintan lo que pintan en el panorama de unas Cortes Generales. Tienen que decir lo que dicen porque su electorado echa a suertes el día antes si da mayoría al PP o al PSOE, pero nada más. La gran transformación es que el PSOE no va a ganar fácilmente de nuevo Andalucía. Y, por tanto, tendrá que gobernar en Madrid con el País Vasco y Cataluña.

El punto débil de todo esto es como siempre Madrid. Dada la constitución del electorado madrileño, y dado el error forzado de entregar la dirección socialista a Ángel Gabilondo, algo que procedía de otra lógica política, cuanto más se estabilice el pacto con Esquerra y Bildu más quedará aislado el Gobierno en la capital. Esto se ve en dos hechos. Primero, Pedro Sánchez no fue capaz de llevarse doscientos palmeros para visitar con nocturnidad un hospital, territorio que Almeida defendió con uñas y dientes. Segundo, la oposición al gobierno de Díaz Ayuso la hace Más Madrid, no Podemos, que está desaparecido en combate a nivel regional. La escena de un gobierno socialista rodeado en Madrid recuerda otras épocas, desde luego. Lo mismo el ejemplo de CaixaBank de venirse a Valencia es también estructural de la nueva España. Quién sabe. 

Sin duda, Madrid es el talón de Aquiles de Sánchez. Y sólo tiene una carta para enderezarlo. Que en las próximas elecciones catalanas pueda presentar a los españoles una dulcificación del conflicto con Cataluña. Un tripartito entre Esquerra, En Comú y PSC podría ser contemplado por toda España con alivio y llevaría a una repetición de la jugada que podría encararse sin los errores de antaño. Creo que el enfado monumental de Felipe González, que está seriamente de los nervios, es proporcional a la sonrisa de Zapatero. Pero si Sánchez fuera valiente, sacaría a todos los presos a la calle y avanzaría con paso firme hacia unas elecciones normales. Puesto que ya ha decidido hacerlo, cuanto antes, mejor.