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Mercedes gallego

Cualquier tiempo futuro

No soy de las que abonan la teoría de que cualquier tiempo pasado fue mejor porque en el mío, como supongo que en el de muchos de ustedes, además de momentos dulces hay sombras, nubarrones y hasta alguna borrasca de cuyo nombre prefiero no acordarme.

Quiero decir con esto que no acostumbro a ir llorando por las esquinas por el agua derramada porque creo que, si se vertió, bien está que fluya. Pero hete aquí que hace unos días, después de demasiados meses sin coger un tren, me senté en uno dispuesta a disfrutar del viaje, aunque fuera con la mascarilla agarrada a mis orejas como una garrapata. Anclada mentalmente en los desplazamientos pre-covid, vi acercarse a la azafata con un cestito y, reminiscencias de ese pasado, ahí me tienen alargando la mano para hacerme con los auriculares que segura estaba de que me iba a ofrecer para ver la peli que proyectaban. Pero, ¡qué va! De auriculares, nada. Envuelto en plástico, su lugar lo ocupaba un botecito de gel hidroalcohólico y una toallita impregnada del mismo líquido que debo confesarles que me vino de perlas. Aun así, no pude evitar añorar no los casquitos, sino los tiempos en que lo peor que te podía pasar en un vagón de tren era que te tocara al lado un/a incontinente verbal provisto de móvil. Ahora al lado ya no viaja nadie aunque la incontinencia parece que puede convivir con el virus  

  La inmersión en esta nueva realidad que ya empieza a ser cansina me tenía preparado aún otro toque de atención, esta vez en el baño del hotel donde las amenities también habían sido sustituidas, en esta ocasión por otro bote de desinfectante y una mascarilla. ¡Qué nostalgia de aquellos frasquitos de gel y champú aunque no los usáramos y nos los acabáramos llevando a casa para tampoco utilizarlos nunca! ¡Qué morriña  de un futuro que se parezca al pasado!

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