Puesto que el CIS no nos informa acerca de lo que los españoles pensamos sobre la monarquía, un grupo de medios de comunicación han realizado una encuesta con los parámetros de las que cocina Tezanos. El resultado merece comentarse. Ante todo, debemos señalar la indisposición de las instituciones a reconocer la realidad democrática. Vivir en la mentira es un peligro. No fortalecer una sociedad autoconsciente capaz de observarse es un error, algo que está cerca de creerse las propias mentiras.

El segundo comentario procede del contraste entre la monarquía y los partidos políticos. Se trata de algo relevante. La monarquía divide a los españoles. Los partidos, no. La monarquía es apreciada por el 43 %. Los partidos reciben la unanimidad de un intenso desprecio. La pregunta que surge es inmediata. Aquéllos que no están conformes con la monarquía, ¿en quién confían para traer la república? En realidad, el problema es mayúsculo y testimonia que el mayor obstáculo que tiene la república es la carencia de actores fiables para promoverla y fundarla. Es increíble que ni siquiera los votantes aprecien a los partidos a los que votan.

Si hemos de hacer caso a la encuesta, la única institución estatal que aprueba ante el veredicto de los españoles es la de las Fuerzas Armadas. No parece, sin embargo, que se deba esperar o reclamar de ellas que nos traigan la república. En realidad, hay algo más importante en este hecho. Por decirlo en positivo, si todas las instituciones suspenden, es que nuestro sistema político entero está para ser refundado. La monarquía y su suspenso es el símbolo personalizado de esta quiebra. Es justo que así sea porque los portadores de la Jefatura del Estado han acompañado con esmero la evolución general del sistema que culminan, desde la corrupción a la inoperancia. Y, sin embargo, los monárquicos pueden estar tranquilos. Que cambien los partidos políticos españoles, ya lo hemos visto, es tan probable como que se hunda el cielo. Si esto es así, que cayera la monarquía sólo podría ser el último recurso para no cambiar ellos. Eso no parece que vaya a ocurrir mañana.

Es verdad que entre los jóvenes de 17 a 24 años la monarquía recibe menos aprobado que entre los mayores. Me gustaría saber a qué dan aprobado unas generaciones que solo tienen en sus manos proclamar su desesperación respecto de un país que les ofrece poca cosa. Que la aprobación vaya mejorando con la edad, puede ofrecer una cierta esperanza a la monarquía. En el país de ancianos que pronto seremos, el ansia conservadora será dominante. En conclusión, por ningún sitio se ve la energía y la virtud política que se requieren para un acto trascendental como fundar una república. Y sin embargo, no es este el menor problema que tiene la república futura.

Que, en una sociedad que no confía en sus partidos políticos, la monarquía obtenga más nota que ellos, significa que mucha gente que espera poco de los partidos todavía ve en la monarquía una cierta dimensión de estabilidad. Es de suponer que es eso lo que aprecian, pues resulta bastante convergente con el hecho de que reciba un aprobado de los mayores, de los votantes de derecha (que no deben tener ganas de grandes cambios) y de los dos grandes centros poblacionales de la nación, Andalucía y Madrid, junto con la Comunitat Valenciana. Es verdad. La monarquía se sostiene en una parte de la población, del territorio y del espectro político. No une a los españoles. Pero al menos quienes la apoyan saben lo que quieren. No sueñan con la monarquía ideal. Piensan en esta. Cualquiera que sea su cálculo sobre el futuro, cuentan con ella tal como es ahora.

De todo esto se desprende que la opinión sobre la monarquía no hace sino reflejar una sociedad como la española, resquebrajada por varios costados. Sin embargo, es poco significativo que la monarquía suspenda casi hasta el no presentado en Cataluña y Euskadi. Visto desde el lado positivo, esto añade un problema adicional a la futura república, pues allí donde la opinión pública reúne un consenso suficiente a su favor, no hay evidencias de que se tratara de la misma república que desean el resto de la ciudadanía. Al poco de publicarse la encuesta, el diario catalán ‘La República’ titulaba que la prensa española «progresista» manipulaba los resultados de la encuesta para defender que Cataluña quiere una república «española».

Eso es algo que suponíamos. Allí donde la república sería viable no está claro que fuera española. Sin contar Euskadi y Cataluña, tampoco está claro ni que llegara a ser república. Así que la impresión que uno tiene es la de una instrumentalización de la república. No se la quiere por ella misma. Se quiere porque abriría la puerta a un fin superior, que es la independencia de estas naciones. No podemos dejar de poner esto en relación con los comentarios de la señora Artadi, en el sentido de que los independentistas están dispuestos a aprovechar cualquier arma para debilitar al Estado, (todavía más de lo que ya lo hace el mismo Estado). Quizá sea este el sentido de que en Cataluña el 60 % piense que sin monarquía mejoraría la crisis territorial.

Eso no parece claro. La república futura todavía tiene que ser definida. Muchos de sus defensores quieren un modelo presidencialista, porque les gustaría que alguien mandara de verdad y arreglara todo este jaleo, con todas las ilusiones que hay detrás de este deseo. Si así fuera, veríamos si, en efecto, esta opción presidencialista facilitaría o no la crisis territorial en la que estamos. Si a eso añadimos que a muchos de los que apoyan la monarquía, entre ellos los votantes de Vox, les importa poco la democracia como valor, entonces podemos suponer lo que podría significar una república presidencialista con una parte de la población con claras opciones autoritarias. Por supuesto, una república presidencialista obligaría a elaborar de arriba abajo nuestro sistema constitucional, el sentido de nuestro parlamentarismo y de nuestro Estado autonómico. Lo que implicaría llegar a ingentes consensos constituyentes. Es lógico que los independentistas quieran poner los puntos sobre íes. Una república española así, jamás, pues implicaría aumentar los poderes centrales.

En suma, la encuesta refleja que vivimos en el caos. Si alguien tiene duda, que revise el pleno de este miércoles: los que bloquean la aplicación de la ley trataron de dictadores a los que deciden proponer una ley que sea aplicable. Un barullo voluntariamente forjado, con la firme voluntad de impedir que alguien vea claro. Una confusión preventiva para reducirnos a la impotencia y hacer morir de vergüenza.