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Adicciones muy nocivas

La permisividad social de la bebida

Es muy habitual que, en nuestro país, utilicemos la bebida para celebrar todo tipo de acontecimientos, mejorar relaciones sociales e, incluso, para cerrar tratos. Y todo, porque, en nuestro entorno, goza de gran permisividad social. Para una sociedad como la nuestra, acostumbrada a beber para celebrar una buena noticia, y beber aún más, si cabe, con el fin de olvidar una mala, se hace muy difícil reconocer que el alcohol, ante todo, es una droga. Sí, señoras, señores, señoritas y señoritos. De hecho, todos los expertos están de acuerdo en que, el consumo de bebidas alcohólicas, es la droga que menos preocupa a sus usuarios y, a la vez, la que tiene un uso más extendido. Porque, gústenos o no, tenemos que reconocer que el alcohol, y también el tabaco, son drogas. Pero, lo cierto es que hemos incorporado la bebida como un factor más del comportamiento social, por lo que tanto el uso, como en algunos casos el abuso, no alarman a simple vista. Y, lo peor de todo, es que los expertos nos dicen que hay un considerable repunte en mujeres y, por si fuera poco, está incrementándose de forma alarmante el consumo en edades cada vez más tempranas. De hecho, hace unos días leía en un periódico que, el 60% de los jóvenes de 14 años, consume alcohol con regularidad. La proporción asciende hasta el 74% en el caso de los adolescentes de 15 años y llega a un 91% en los de 17 años Y, algunos, por si fuera poco, lo acompañan de drogas y tabaco. Un verdadero cóctel muy, pero que muy peligroso. Porque todas ellas son igualmente nocivas para quien las consume, no solo de forma abusiva, sino también habitual. Pero, en lo que se refiere al alcohol, pequeñas cantidades ingeridas diariamente, pueden establecer un hábito de muy difícil solución, con la consiguiente, y temida, dependencia física y psicológica. Por eso, tenemos que darnos cuenta de lo que significa la ingesta de este tóxico tan nocivo. Y que produce un sinfín de patologías. Sin olvidar que tiene mucho, mucho poder. Y es muy fácil de conseguir. Y barato. Pero nos puede llegar a complicar excesivamente la vida. Tanto, que según la OMS, su consumo constituye el tercer factor de riesgo de los países desarrollados y que, su exceso, ya está matando a más de tres millones de personas cada año en el mundo.

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