El adulto que seremos se forma en nuestra niñez. Rafael Guerrero, psicólogo y doctor en Educación, está especializado en el lazo que establecen los progenitores con sus hijos e hijas: el apego. El divulgador ha firmado esta semana la primera ponencia telemática del ciclo Gestionando Hijos, el evento de ideas educativas dirigido a madres, padres y profesionales de la educación que organiza Prensa Ibérica a lo largo de todo el mes de octubre en València y cuya inscripción es gratuita. En su charla desarrolló las pautas de lo que él dio en llamar «buenos tratos», que son los que favorecen el viaje del menor desde la dependencia más absoluta que experimenta al nacer hasta su autonomía existencial definitiva.

La obligación de los padres es cubrir las necesidades de sus hijos, pero las vitales, «no todos sus deseos y caprichos», explica Guerrero antes de enumerar los diferentes tipos de apego que existen: desorganizado, ambivalente, evitativo y seguro. Al último es al que se debe tender porque supone el equilibrio perfecto entre protección y autonomía, o sea, «saber cubrir sus necesidades sin tender a la sobreprotección».

"Cubrir las necesidades de nuestro hijo no significa satisfacer todos sus deseos ni darle todos los caprichos, es darle seguridad"

Rafael Guerrero - Psicólogo y doctor en Educación

El apego desorganizado, el peor, el más nocivo, no diferencia entre protección y autonomía; el ambivalente, tiende a la sobreprotección; y el evitativo, como su propio nombre indica, es el que trata de eludir las emociones y se centra en la normalización de todas las decisiones, sublima la razón y no presta atención a las necesidades afectivas. Por tanto, el apego seguro representa el ideal educativo, pero, solo un 60 % de padres, madres, tutores o educadores es capaz de proporcionárselo a los menores a su cargo.

Factores de desarrollo

Rafael Guerrero propone trabajar en lo que define como «zona de desarrollo próximo» y que implica «exigir al niño o niña un poco más de lo que sabemos que nos puede dar». Querer llevarle a donde, por sus capacidades, se sabe que no llegará jamás, hunde su confianza y, por contra, rebajarle las pretensiones merma su fuerza de voluntad, y tanto una como otra son necesarias. El psicólogo respondió, tras su exposición, las preguntas de los inscritos en el seminario digital. Les pidió que entendieran que la frustración (cuando no se le da al niño todo lo que pide o desea) es una emoción básica que, bien gestionada, contribuye a fortalecer la personalidad. Que la rabia que manifiesta un menor cuando está frustrado no puede tomarse como una ataque personal contra el padre o la madre, que deben ser capaces de conectar con ese sentimiento abrupto de su hijo para reconducirlo, para trabajar con él y lograr elevar su nivel de tolerancia a la frustración.

En la adolescencia se invierte el proceso porque el menor entra en una etapa en la que huye de la protección familiar (la encuentra en su grupo de amigos, en su entorno social), pero eso no supone que ya no precise lazos afectivos fuertes. Guerrero defiende que es en esta etapa cuando más hay que explicitar el amor y las emociones admitiendo la dificultad que entraña. Reforzar la autoconfianza es algo que se logra, en gran parte, sin rehuir los miedos, acompañando al menor a la hora de encararlos.

Esta tarea es clave en la labor educativa y en la formación de la personalidad. La influencia del apego en la salud emocional de los hijos es una realidad científica sobre la que abunda la obra divulgativa de Rafael Guerrero. Los seguros potencian las capacidades del niño o niña y los inseguros los convierten en individuos fríos, con falta de empatía, con tendencia a somatizar los problemas... por eso siempre se deben corregir.