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Donde el cambio climático ya es una realidad

La Comunitat figura como territorio muy vulnerable a los efectos del calentamiento global. la clave del futuro está en la adaptación a este escenario

Donde el cambio climático ya es una realidad

En Cases de Queralt, en Sagunt, los que se acercan a pasear por la orilla del mar contemplan con un punto de asombro los estragos que dejó Gloria. Diez meses después de un temporal con registros históricos de lluvias y altura de las olas, guijarros como puños continúan en los pórticos de las casas situadas en primera línea de playa. Son antiguas residencias de veraneo y algunos de sus propietarios se han cansado de batallar contra un mar que, al fin y al cabo, reclama lo que es de dominio propio. Es un ejemplo, palpable, de que el cambio climático ya no es una advertencia de los científicos. Ni una amenaza de futuro. Es la nueva realidad. Sus efectos se dejan sentir especialmente en territorios vulnerables como el litoral valenciano, porque la temperatura del Mediterráneo ha experimentado un ascenso de 1,2 ºC desde 1982. Así lo confirma el último informe del Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo y así se constata con fenómenos meteorológicos cada vez más extremos y frecuentes.

Ángeles García-Nadal y Paco Latorre, vecinos de Sagunt, remarcan que este lugar «es un auténtico paraíso». Hasta que las aguas se revuelven y arrasan con todo. «Las construcciones en primera línea están muy expuestas, algunas con grietas enormes», señala Paco. «De las terrazas se podrían sacar dos camiones de piedras o incluso más», apostilla. El problema de las inundaciones, que solían afectar incluso a las calles más alejadas de la orilla, se ha aminorado con la construcción de alcantarillas y una enorme turbina que se pone en marcha cuando el agua se adueña de todo. «Antes esta playa era de arena, como una cala, y se pusieron piedras como protección para las subidas del mar, pero ya hemos visto que no funciona», relata Ángeles. Son medidas de adaptación ante la evidencia de que el nivel del mar no va a dejar de subir por el calentamiento global del planeta.

A unos once kilómetros al norte, en Almenara, confían en la construcción de escolleras para solventar idénticos problemas. Será la primera licitación por parte del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico de una obra incluida en las Estrategias para la Protección de la Costa. Con un presupuesto de 7,8 millones, para el ayuntamiento y los vecinos afectados supone «la luz al final del túnel». La actuación comprende una batería de cuatro espigones y dos diques con un notable aporte de áridos. Todo para intentar frenar el embate de las olas. Hormigón y obra dura en este caso, aunque el departamento de la ministra Teresa Ribera defiende que se ha de apostar por la renaturalización, especialmente en los puntos donde se esfuman inversiones millonarias. Algo que implica replantearse la delimitación del dominio público terrestre. En esa línea van los planes de adaptación al cambio climático que esta misma semana avanzó Hugo Morán, secretario de Estado de Medio Ambiente, para el Delta de l’Ebre. Un enclave «borrado» tras el paso de Gloria.

«La regeneración natural es lentísima y los daños son cada vez peores»

Bellreguard, en la comarca de la Safor, lleva varios años sufriendo el efecto de temporales cada vez más virulentos. Como toda la costa mediterránea. El último, Gloria, dejó claro aquellos errores que no debían cometerse por enésima vez. Pese al aluvión de críticas, su alcalde Àlex Ruiz (Compromís) decidió no reconstruir el derruido paseo marítimo tal como estaba y recuperar terreno para el arenal.

Tras consensuar con la Demarcación de Costas, se optó por retirarlo 250 metros cuadrados en un punto y otros 110 en otro. «Se trataba de revertir al mar lo que era suyo», incide Ruiz. «Los daños cada vez eran peores, los aguaceros torrenciales cada vez más frecuentes en el tiempo, mientras que la regeneración de manera natural es lentísima», recalca. Cuando muchas autoridades reclamaban obras de emergencia para salvar la temporada turística, en Bellreguard se tomó otro rumbo.

Ruiz incide en que con este tipo de «medidas drásticas» perseguía algo más duradero, que no se llevara por delante la siguiente borrasca. «Ya sé que no son populares, especialmente para los propietarios de negocios o viviendas, pero hay que pensar a más largo plazo», explica. Acto seguido, además, remarca que la administración tiene una responsabilidad que no puede eludir. «Peor sería tener que lamentar pérdidas mayores que las materiales», reflexiona.

El alcalde de Bellreguard echa la vista atrás, hasta la década de los años ochenta, cuando ya se invirtieron millones de las antiguas pesetas en los sempiternos problemas en las playas, con estudios encargados a la Universitat Politècnica de València en busca de soluciones. «En el año 2016 se gastaron 175.000 euros arreglando destrozos y tras el Gloria, otros 560.000 euros», recuerda. Cada vez más dinero engullido por el agua.

«Ya sabemos que los puertos nos generan unos problemas, que los ríos no aportan sedimentos, y que la regresión no para. Eso lo sabemos, pero tenemos que ir a otros frentes para intentar que no se repitan los destrozos», comenta Ruiz. Además de un paseo un poco más reducido, se ha apostado por ampliar la red de alcantarillado, con una separación de las aguas residuales y las pluviales, y se ha renovado el sistema de bombeo. Todo en un intento por adaptarse a la nueva realidad.

«Buscamos variedades de frutales adaptadas al cambio climático»

En la memoria y las manos de quienes trabajaron el campo hace décadas está el futuro. La asociación medioambiental Connecta Natura inició hace unos años su particular batalla para buscar variedades frutales adaptadas a un escenario de estrés hídrico, o de cambios extremos en el clima, con bajadas de temperatura seguidas de días de mucho calor.

Los voluntarios de este colectivo recorrieron hasta siete pueblos dentro del Parc Natural de la Serrà d’Espadà para entrevistar a los que un día labraron las tierras. Y explica que fue el franquismo y sus particulares intereses quienes abocaron a un cambio en la agricultura de aquella época, redirigiéndola hacia un mercado de semillas y plantones determinado. Aquellos manzanos, cerezos o ciruelos que crecían incluso en los márgenes de los bancales se desecharon.

«Las variedades tradicionales son el fruto de un proceso de selección y mejora por parte de generaciones de agricultoras y agricultores de aquellos individuos (vegetales) que se adaptaban mejor a las condiciones edafoclimáticas y culturales de su entorno», señalan desde Connecta-Natura.

Recuperar balsas de riego

El biólogo ambiental Pau Agost-Andreu explica que persiguen «una transición ecológica que permita compatibilizar la actividad agrícola con la conservación del medio natural». Junto a él se encuentran también David Navarro-Miró, Javier Puig Ochoa y Alejandro Pérez-Ferrer. Alarmados por la pérdida de diversidad agrícola se pusieron manos a la obra hace apenas dos años, con la plantación de 66 árboles destinados a ser portainjertos para las variedades encontradas. Además, rehabilitaron balsas de riego casi olvidadas que ahora vuelven a funcionar. Recogen el agua de lluvia, como se hacía antaño, para disponer de un recurso cada vez más escaso en un territorio como el mediterráneo abocado a la aridez y la desertificación.

La iniciativa Empelts de la Memoria, un proyecto de conservación in situ, no está solo en esta aventura. Otro colectivo, Llavors d’Aci, lleva trece años también trabajando en la recuperación ambiental. Y en la liga figuran la ciruela Cascabel, la Claudia o el ciruelo de Yemas. O en el caso de las cerezas, la temprana de Sot, la Cristobalina, la de Rabo Larco o la Talegal. Pero no solo. También buscan preservar el algarrobo, el membrillo o el granado. En el marco de Mosaics de Vida, trabajan además en el aprovechamiento sostenible de los recursos naturales de la zona.

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