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A examen, "Gambito de dama"

Contrataron a Kasparov como asesor y entrenaron a los actores para que resultaran verosímiles

Anya Taylor-Joy y Marcin Dorocinski en una imagen de «Gambito de dama».

De la misma manera que los médicos serían críticos si el doctor House recetara un tratamiento inverosímil, los aficionados al ajedrez lamentan las escenas cinematográficas, desgraciadamente habituales, que incluyen movimientos absurdos y actitudes muy alejadas de lo que es el juego de las 64 casillas. Ingmar Bergman, por ejemplo, comete en su clásico «El séptimo sello» el error infantil de colocar al revés el tablero en la partida que disputan la Muerte y el caballero Antonius Block. Y tampoco un jugador de elevado nivel recibe un inesperado mate de su rival en un juego a ritmo pausado, como sí les endosan Jeff Goldblum y el replicante Roy Batty a sus rivales en «Independence Day» y «Blade Runner», entre otras muchas películas.

«Gambito de dama», la serie de Netflix sobre el ascenso hasta la superélite de Beth Harmon, una ajedrecista criada en un orfanato, introvertida, de formación autodidacta y adicta a los tranquilizantes y el alcohol, ha puesto medios y dedicación para evitar esos errores. Lo más destacado es que los productores contrataron como asesores al excampeón mundial Garri Kasparov y al reputado entrenador neoyorquino Bruce Pandolfini, cuyo trabajo con una joven promesa del ajedrez fue inmortalizado por Ben Kingsley en «En busca de Bobby Fischer».

No era una cuestión menor puesto que no se trata de una serie con el ajedrez como recurso, sino como eje. Los personajes son ficticios, pero parecen reales. Hablan como ajedrecistas. Se mueven como ajedrecistas. En la serie sigue habiendo algunas libertades -más que imprecisiones-, pero no son sustanciales. «No es un documental, no son torneos reales. Creo que no hay que ser puntilloso en exceso y se pueden aceptar licencias dramáticas», sintetiza una de las jugadoras más fuertes de España, la maestra internacional femenina Patricia Llaneza. «Empecé a verla por curiosidad y la verdad es que me ha gustado mucho», añade.

Partidas reales, pero sin tablas

Las partidas que se observan en la serie son algo más que creíbles. «Son reales, algunas clásicas y famosas y otras no tan conocidas, pero se percibe un gran trabajo detrás», sintetiza el maestro internacional Alfonso Jerez. Las bases de datos no dejan lugar a dudas. La partida del campeonato de Kentucky en la que Beth Harmon derrota al favorito Harry Beltik está copiada de un duelo que mantuvieron Nezhmetdinov y Kasparian en Riga en 1955. La última partida rápida contra Benny Watts disputada en el apartamento de Nueva York fue antes una victoria de Morphy sobre Harrwitz (París, 1858). Y el duelo trascendental contra el campeón soviético Visili Borgov es una transcripción de una espectacular partida real que disputaron Ivanchuk y Wolff (Biel, 1993). Una curiosa anomalía es la ausencia de partidas que concluyan en tablas, un resultado más que habitual entre jugadores de altísimo nivel. En cambio, se cuidan otros detalles hasta el punto de que se recupera el llamado sistema descriptivo (P4R, P4AD) de anotación de las partidas, desterrado hace tres décadas en favor del sistema algebraico (e4, c5). La lástima es que la traducción al castellano no sea la más acertada. No se dice ‘caballo rey a dama tres’, sino simplemente ‘caballo tres dama’.

Los actores fueron entrenados para memorizar las largas series de jugadas que se aprecian en la serie. «No se limitan a mover las piezas sin orden ni concierto, lo que no es nada fácil si no eres un jugador experimentado», comenta Jerez. Y lo hacen con estilo: los movimientos de las manos a la hora de capturar una pieza enemiga o pulsar el reloj que controla el tiempo de juego son excelentes. Es más, los ademanes de la actriz protagonista parecen evolucionar a medida que mejora su juego.

Sin embargo, es censurable totalmente el acto de tumbar el rey, por muy cinematográfico que resulte, puesto que no es ni mucho menos lo habitual en el mundo de ajedrez. Cuando un jugador se encuentra perdido y quiere abandonar, lo que hace es tender la mano a su rival con gesto de resignación y parar el reloj.

Y otro detalle mejorable: cuando le toca pensar al rival, los actores se levantan y deambulan alrededor del tablero, algo habitual en el mundo real, pero, ¡horror!, nunca comentan con el contrincante los movimientos en medio del juego, como sucede cuando Beth se enfrenta en México a un joven prodigio ruso, y mucho menos lo insultan, como hace el personaje de Beltik al enfrentarse por primera vez con la protagonista. Es más, hablar está prohibido por el reglamento.

El tiempo de juego

Lo que no resulta nada convincente en la serie televisiva es el frenético ritmo en las partidas de los torneos. A esa velocidad, los juegos no durarían ni 10 minutos. De hecho, en un momento de la serie un director de un torneo le recuerda a Beth que cada jugador dispone de dos horas para efectuar 40 movimientos, un ritmo bastante habitual en competición. Obviamente los guionistas sabían que el ajedrez, salvo en los apuros con el reloj, es así, pero lo sacrificaron en aras del relato cinematográfico. El espectador no ajedrecista sale ganando y lo perdona.

Un aspecto muy cuidado es la selección de los escenarios, desde el sistema de sorteo manual hasta los relojes con palanca, hoy piezas de coleccionista. «Es una perfecta recreación de cómo eran los torneos de la época», afirma Jerez, quien destaca el gran contraste -real en los años 60- entre el campeonato nacional de EE UU, con escaso público, y el torneo internacional de Moscú, con multitudes agolpadas en la puerta siguiendo los movimientos de sus ídolos y buscando autógrafos.

Los ordenadores han acabado con las partidas aplazadas en los torneos, pero en «Gambito de dama» quedan muy bien reflejados los equipos que preparaban la continuación de las partidas en los grandes duelos.

«Me ha gustado cómo plasman la variedad de tipos de ajedrecista -prosigue Llaneza-: el buscavidas que se pasa las horas jugando rápidas, los aficionados que no pierden la ilusión pese a las derrotas, el jugador que busca un trabajo más estable pero siempre tiene el gusanillo, el niño prodigio...». «Salen algunos personajes extravagantes -prosigue Jerez-, pero en el mundo del ajedrez esos personajes existen». Por cierto, es relativamente común que los buenos jugadores puedan seguir partidas sin mirar un tablero, como demuestran Beth y su amigo Benny Watts en una conversación mientras van en coche.

Los protagonistas apelan a grandes ajedrecistas como Capablanca y Alekhine (o Aliojin), y también a posibles rivales de los años 60, como Botvinnik y Spassky. «Corres el riesgo de acabar como Paul Morphy», le espeta Beltik a Beth cuando la protagonista se emborracha o se atiborra a tranquilizantes. El estadounidense Morphy, posiblemente el ajedrecista más brillante del siglo XIX, se retiró a los 22 años debido a su temperamento inestable.

¿Qué es un gambito de dama?

Un gambito es por regla general el sacrificio o regalo de material, habitualmente un peón, a cambio de obtener una posición favorable. Concretamente, lo que se hace en el caso del gambito de dama (1.d4 d5 2.c4 ) es ofrecer el peón de alfil dama, columna c, buscando con posterioridad irrumpir por el centro con el peón de rey, columna e. Por norma, el negro rechaza el regalo y prosigue defensivamente con 2... e6 (variante ortodoxa) o 2.... c6 (variante eslava). Las variantes posteriores son infinitas. Actualmente es una de las principales líneas del catálogo de aperturas.

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