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Britpop revisitado

Beatles Mural Liverpool PETER POWELL

No hay nada como un ajuste de cuentas con tu yo de hace 25 años para empezar alegre y equilibradamente la semana de Halloween. Si tienen que venir los terrores y los fantasmas, que vengan ya. A finales del verano de 1995 el britpop se hizo mundialmente conocido por aquella batalla que libraron Oasis contra Blur para ver quién era mejor y vendía más discos de What’s the story, morning glory o The great escape. Aquella escena era atractiva por su arrogancia, jovialidad, despreocupación, las broncas y por fardar de una tradición musical heredada de lo mejor del rock clásico británico: Beatles, Bowie, Stones, Kinks, Who, Madness, Buzzcocks o The Jam.

Algunos dicen que fue una mentira alimentada por una prensa musical falta de ídolos, resacosa por el pastilleo madchesteril y anegada por la angustia grunge americana. Un movimiento hinchado, poco original y auto complaciente, pero lleno de melodías brillantes, energía y orgullo que acabó enterrado por la pretenciosidad, el agotamiento y toneladas de cocaína.

Bandas adscritas a aquella movida como Elastica, Blur, Oasis, Pulp, Supergrass, Gene, Menswear, Cast y Echobelly sacaron disco aquel año. Otros grupos más o menos alejados de aquello como Verve, Charlatans, Boo Radleys y Radiohead, también. Hasta Paul Weller y Teenage Fanclub publicaron sendos trabajos magistrales. Si Suede y Ocean Colour Scene hubieran adelantado el lanzamiento de Coming up y Moseley Shoals, yo llevaría tatuado ese número en el antebrazo: MCMXCV.

Y ahora es cuando le ajusto las cuentas a aquel chaval con patillas, flequillo, cazadora harrington y gazelles rojas en los pies que se compró todos aquellos cedés. Nano, no es que aquello fuera una basura infumable como algunos dicen. O un invento de la prensa. Moló mucho, pero la gran mayoría no ha resistido demasiado bien el paso del tiempo. Hace unos meses me propusieron pinchar aquella música y, empollándome los temas, me percaté de que había muy poco material que garantizara el éxito de mi set. Todo me parecía aburrido para una pista de baile. Era agradable, claro, pero solo se crearía magia ambiental si los asistentes habían vivido aquello. Si tenían una conexión emocional con cada una de las canciones, aunque fuera para hacer un quiz show mientras se tomaban unas copas. Las más apreciadas de aquellos discos fueron «Common people», «Never here», «Great things», «Wake up», «Alright», «Charmless man» o «Girl from Mars». El resto, relleno.

Volviéndolo a escuchar todo, los dos únicos elepés que aguantaron el tirón de cabo a rabo fueron Different Class, de Pulp, y I should coco, de Supergrass. El primero todavía me pone la carne de gallina y me cierra las tragaderas. Musicalmente es magnífico, una obra de arte soberbia. Y cada palabra que canta, recita, susurra o jadea Jarvis Cocker me sigue recordando por qué razón quise dedicarme a escribir un día. El segundo, por su parte, es capaz de conectarme con todo lo divertido, apasionante, alegre, desenfadado e irresponsable que existe en este mundo. O sea, todo aquello por lo que un día me acerqué al rock and roll. Bendito seas por comprar aquellos dos discos, chaval.

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