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"Más falso que Judas"

Ramón Tebar

No pasó nada nada. Más inerte que los gases nobles. El tercer movimiento lentísimo, pero sin pulir la calidad instrumental de la cuerda ni saber qué hacer. Yermo. La cantante, Marina Monzó, inesperadamente bastante bien. El final, a lo Novena de Mahler, con calculada imagen congelada y quieto silencio impostado que, como me confió un conocido compositor valenciano tras el concierto, ‘era más falso que Judas’. En fin, la nada. Nos vemos el domingo en el recital de Lise Davidsen en Les Arts, que ahí sí que habrá emoción. Un abrazo». Es el comentario a vuela pluma que el crítico mandó a un amigo ausente que se interesó por la versión que de la Cuarta sinfonía de Mahler acababan de ofrecer la Orquestra de València y su aún titular, Ramón Tebar, el viernes en el Palau de les Arts.

Una lectura rutilante y rutinaria, a años luz de la ofrecida por esta misma orquesta hace apenas un par de años (marzo 2018) bajo la dirección invitada de Pablo González, o de la más remota (8 abril 2011) al mando de Leopold Hager, y por supuesto, de la ofrecida en el mismo Palau de les Arts (Sala Principal) por la Orquestra de la Comunitat Valenciana en marzo de 2008 bajo el gobierno supremo en estas lides mahlerianas de Lorin Maazel. Desde la primera a la última nota de cada uno de los cuatro movimientos, Tebar se limitó a marcar entradas, señalar indicaciones dinámicas y mínimas inflexiones de tempo. Hubo, cierto es, corrección, buena voluntad, destacadas intervenciones solistas y evidente dignidad profesional.

Virtudes importantes y plausibles, pero que no bastan para generar emoción ni levantar el vuelo más allá de la solfa. Tebar no es maestro elegante ni atractivo gestualmente. Su presencia entre azorada y tensa sobre el podio no invita a la inspiración ni a generar atmósferas de emoción. Recorre el pentagrama sin ton ni son, como quien pone en marcha el coche y más que deleitarse en el paisaje piensa en cómo conducir y en que el viaje termine bien y sin sobresaltos. Conduce fiel a la partitura, respetando las indicaciones precisas que marcan el tráfico sinfónico y con evidente prudencia. Evita el descalabro, pero también subir a los cielos que inspiran la sinfonía.

Comenzó su particular viaje mahleriano con un tempo lento y prometedor, con el característico cascabeleo henchido de resonancias populares. Se escuchó dúctil, con pulso y rumbo, y encontró el realce de una flauta –Salvador Martínez- toda la noche inspirada y virtuosa, tanto como el oboe de Roberto Turlo, que despistes aparte, cantó con soltura y desparpajo popular las muchas melodías que le regala la partitura. También la delicada entrada de la cuerda auguraba una versión de interés. Pero pronto el relato fue decayendo, con un segundo movimiento más desajustado de lo razonable, y un tercero muy lentamente entendido, cuya consecuente desnudez exigía un trabajo bastante más pulido en las cuerdas. Mahler indica «poco adagio», pero el maestro pareció olvidar lo del «poco». También el hecho nada baladí de que el compositor se refiriera frecuentemente a este tercer movimiento como «andante».

Sin llegar a despegarse del ambiente gris y monocorde que marcó la versión, algo mejoraron las cosas en el cuarto y último movimiento de la sinfonía más clásica y camerística del catálogo mahleriano. El compositor opta como conclusión por emplazar todo en un mundo celestial lleno de pureza, bellezas, paz e inocencia. ¡Hasta de buenas viandas! Pero Ramón Tebar se quedó lejos de las puertas del paraíso, a pesar del buen trabajo de la orquesta –incluido el corno inglés- y del solista de trompeta, Raúl Junquera. Si en la versión inolvidable de Lorin Maazel la encargada de cantar los versos del poema Das himmlische Leben extraídos de la colección Des Knaben Wunderhorn fue la gran soprano valenciana Ofelia Sala, en esta ocasión ha sido su paisana Marina Monzó, quien con su canto puro y perfilado casi convenció de lo que dice en su última estrofa: «Ninguna música terrenal puede compararse a la nuestra». Tras los congelados y poco naturales segundos finales de silencio, calurosa ovación del público que casi completó el aforo disponible. Premio bien ganado por música, solista y orquesta. Cabe imaginar que también por el maestro.

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