El señor 'Saplana' y los cambistas
A tenor de lo declarado por el testaferro uruguayo, se tenían bien ganado el sueldo quienes idearon la infraestructura para mover y hacer opacos unos fondos que atribuyó sin dudas al Molt
Cualquiera que, sin saber de qué iba a la cosa, se hubiera dejado caer ayer por la sala Tirant 1 de la Ciudad de la Justicia de València, donde desde hace dos semanas se está celebrando el juicio al expresident de la Generalitat Eduardo Zaplana y a otros catorce acusados de blanqueo y corrupción, bien hubiera podido pensar que se estaba proyectando la última producción uruguaya del año.
Una historia cuyo protagonista, un galán maduro de pelo cano, bigote, barba cuidada y gafas de pasta, relataba desde Montevideo a través de un plasma, y en un tono cadencioso, la historia de un tal señor ’Saplana’ (complicado para un sudamericano pronunciar la zeta) y los cambistas a través de los que, supuestamente, el susodicho recibía en España el dinero en metálico que precisaba para sus gastos (unos 2,4 millones en los ocho años que el prota de la peli, el abogado uruguayo Fernando Belhot, concretó que le estuvo gestionando el patrimonio al exministro) del total de los fondos que, también presuntamente, tenía ocultos en la patria de otro Eduardo, Galeano en ese caso.
En primera fila y como espectador de excepción, a ratos tomando notas sin parar en una cuartilla y otros con los ojos pegados a la pantalla, el Molt Honorable. En él está basada una historia en la que, a tenor de lo declarado por el testaferro uruguayo, se tenían bien ganado el sueldo quienes urdieron el complejo entramado societario y el enmarañado tráfico financiero con vistas a hacer opacos y mover unos fondos que al final Belhot acabó entregando a España (cerca de 7 millones) como muestra de colaboración con la Justicia. O al menos eso dijo.
Junto a Zaplana, su inseparable Mitsouko, quien de la testifical de ayer salió especialmente tocada (ella era, según precisó Belhot, la que recibía las partidas de dinero que llegaban de Uruguay, de ahí la acusación de blanqueo por la que el fiscal le pide cinco años de cárcel y multa de 20 millones) y el expresident José Luis Olivas, que asistió a la declaración de los agentes de la UCO, que precedió a la de Belhot, pero no se quedó a escucharle.
En el otro extremo del banquillo, y con varios asientos vacíos de por medio, dos de los cuatro conformados: el exjefe de gabinete de Zaplana, Juan Francisco García, y Joaquín Barceló, alias «Pachano», quienes hartos de estar en el objetivo de la cámara que está grabando las sesiones han optado por salirse de plano.
Pachano ayer tomando notas también, la primera vez que lo hace desde que comenzó la vista. Quizá para apuntar las veces que el abogado uruguayo dijo que el otrora amigo de Zaplana carecía de conocimientos financieros, que no fueron pocas.
A los Cotino, pagadores confesos de las mordidas, no se les ha vuelto a ver por allí, igual que a la mayoría de los acusados. Que para eso cuentan con la dispensa del tribunal.
Mientras, Francisco Grau, de quien también habló largo y tendido Belhot y cuya defensa tendrá hoy la oportunidad de resarcirse interrogándole, se ha aficionado al nomadismo y tan pronto está en un lugar como en otro. De hecho, las últimas sesiones las ha seguido desde los bancos destinados al público.
En tres pantallas
Hasta en tres pantallas se proyectaba la imagen del testaferro (asesor fiscal, dijo él) del expresident. Una enfocada hacia el tribunal, la otra a la bancada de las defensas (ayer también menos concurrida de lo habitual) y una tercera dirigida al banquillo, pero tan cerca del lugar que ocupa Zaplana que parecía que le estuviera hablando a él.
En una declaración plagada de términos tales como «letrado patrocinante», «doctor» (lo usó para referirse a Daniel Campos, el letrado de Zaplana), Belhot fue respondiendo con calma a todas las preguntas que le planteó el fiscal Pablo Ponce y sorteó sin problema y con calma los dardos que con el mejor tono, pero dardos al fin y al cabo, le lanzó Campos.
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