«Me ha salido bien». Pero los exámenes nunca salen bien. «Bien... creo». Al final, el éxito dependerá del criterio de los examinadores. Ahora mismo, el destino de los miles de personas que acudieron ayer a examinarse del C1 de valenciano (el «Mitjà» de toda la vida)ya está firmado, porque la nota se apunta, pero no se dice; hasta que salgan las listas con la totalidad de ellos habrá que vivir con la incertidumbre. Quienes consigan el apto, habrán superado definitivamente todas las pruebas, esas que empezaron 11.000 personas y a cuya última estación llegaron casi 5.000 en toda la Comunitat Valenciana. De forma simultánea y en 15 ciudades diferentes, acudieron las personas supervivientes a someterse a la prueba oral.

«Por lo menos, nos hemos portado como unas valientes», «¿Qué voy a aprobar?», «Nada, muy mal», se mezclaban con los repetidos «bien» o «creo que bien». Comentarios superficiales a la salida, en la que se deshacía la unión temporal de amigos, que se despedían con un «¡Que haya suerte!». Porque los candidatos eran unidos aleatoriamente de dos en dos. Se les entregaba los temas para un monólogo y para un debate que debían sostener entre ambos. Acababan juntos y se marchaban juntos. Cada uno le contaba al otro su cuita personal («pues yo he venido adrede desde Orihuela», «yo soy profesor en Madrid») y, ya en la salida, la despedida. «Que haya suerte». «Ha sido un placer».

En la prueba oral importa la forma y el fondo. La expresión y el contenido de lo que se dice. También influye un poco la suerte aunque el temario estaba al alcance de mentes despejadas que quieren obtener una titulación. «Sobre todo, temas de actualidad», explicaba la organización. El entorno rural, la infancia y la televisión, la memoria histórica, la gestión de los espacios públicos. Y la pandemia: las medidas sanitarias, la gestión de los residuos generados en la crisis y otros temas.

La pandemia es la que obligó a tomar medidas singulares. En Feria València, por ejemplo, se entró por grupos estancos de 80. Acudían a la sala de preparación, una especie de purgatorio donde conocían los temas a desarrollar. Separados por una mampara, disponían de unos minutos para preparar la disertación. A partir de ahí, manteniendo distancias de seguridad, accedían a una sala enorme y llena de mesas donde aguardaba el profesorado. Entre vez y vez, desinfección a raudales. Y a la salida, la liberación de nervios, la bienvenida de las familias, las preguntas de los que esperaban en cola. Y a esperar. Como decía uno de los aspirantes, «si apruebo, a vivir como un rey».